Fragmentos de cartas jamás escritas
Tánger, 17 de febrero 1936
A JOSÉ MARÍA PEMÁN Y JOSÉ CARLOS DE LUNA
desde más allá de vuestro sur,
fraternalmente.
A la memoria de GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER,
que nació hace cien años y murió pobre y desgraciado,
de penas de vida y amor - golondrina bajo la nieve -
Historia de las cartas
Cuando un amigo nos confía un secreto, el secreto, por el sólo hecho de serlo, entra desde ese momento en la oscuridad más absoluta.
Un secreto es como los paisajes del trópico para los poetas ciegos: tormento, maravilla invisible, cosa horrible o hermosa para todos vedada, objeto deseable, y más aún por el mismo motivo de estar oculto.
Un secreto es el pesado compromiso de ser mudo; más bien, muerto, ser o estar muerto para toda la vida o parte de la vida. Aquel a quien dan a guardar un secreto, lleva siempre, noche y día, sobre la sangre y la conciencia el peso de una responsabilidad. Miedo de guardián de presidio. Temor de custodio de vírgenes. Zozobra de que adivinen por los ojos lo que nunca dirá la boca.
Y yo tenía un secreto. Me lo entregaron en la playa de Tánger, en un mediodía de sol. ¿Quién es el que no tiene algo que confiar a un amigo o que guardar de otro? Como médico tengo, naturalmente, y guardo, secretos de enfermos, y como hombre, guardo y tengo secretos de amistad y de amor.
Esta vez, lo que me confiaron era un secreto de amor. Con una sola condición: guardarlo hasta la muerte del protagonista, pudiendo, en cambio, pregonarlo a los cuatro vientos desde el minuto y día de su tránsito.
Artemisia Gentileschi (Roma, Italia, 1593-Nápoles, Italia, 1654), María Magdalena como la melancolía (entre 1622-1625), Museo Soumaya Plaza Carso, Ciudad de México, México.
Conocí a los dos. Ella, rubia y sentimental, millonaria errante, hija del monte Sión y de la Banca Británica. Natación y Verlaine. Terpsícore y mermeladas. Biblia y piano. Gran vestuario y un galgo favorito. Amor y ... Amor. (¡Amaneceres en la playa!)
Él, moreno y eufórico; siempre en flor la risa... Católico. Matemático. Poeta. Viajero romántico. Amigo mío. Un gran loco de amor, que es por lo único que se debe estar loco: por amor. No estaban siempre en Tánger. Iban y venían (España, Italia, Inglaterra, Norteamérica...).
Un día llegó el muchacho en un barco grande y lujoso. Traía un corazón pequeño y pobre. Venía solo. Sin ella. Y sin el amor de ella. Por todo equipaje, un montón de cartas, con el milagro escrito de su cariño y de su vida. Eran, así me lo dijo, las grandes fechas de su corazón. Cartas jamás escritas. Notas de un diario secreto. Me las dio a guardar. Venía enfermo. Deshecho el ánimo. En fin, venía sin amor.
Bajaba con nosotros a la playa y allí, como en todas partes, vivía de recuerdos.
Los amigos le procurábamos diversión y olvido. Pero fue inútil. Gozaba con su propia pena.. “Je me plais dans la tristesse...”
Pálido y sin estímulos -¿para qué, ya?- se murió casi de repente la noche del 12 de Noviembre de 1935 a las ocho en punto, en un café de la Plaza de Francia de Tánger. Estaba con un amigo español y hablaban diversamente: de Chopin, de Lucienne Boyer, del cristal Baccarat... Fue su última conversación. Sonrió de manera extraña, dolorosamente; y se quebró como un vidrio más sobre la mesa del bar.
Artemisia Gentileschi (Roma, Italia, 1593-Nápoles, Italia,1654), David y Goliat (1630), colección privada, Gran Bretaña.
Y aquí están las cartas.
La última, la recibí hace muy pocos días, ya enterrado el amigo. Es la carta de un muerto.
sin dirección. Y me la trajo el aire o qué sé yo qué pájaro invisible. Olía a flores y a tierra, como huelen la tierra y las flores cuando se llora sobre ellas.
La incluyo, con las que en vida, personalmente, me entregó su dueño. Cúmplase su voluntad.
Judíos y cristianos, por la senda común del decálogo, judíos y cristianos y hombres de toda especie, leerán en los anocheceres de todas latitudes, estas doce cartas de amor.
Yo les he dado solamente la forma, el orden, la música, los versos de mi sangre amiga.
In memoriam.
Rafael Duyos.
¡Qué primavera en carne viva!
¡Qué veintitrés de mayo!
¡Qué día! Se casaban,
y tú y yo nos cruzamos
en la alegría de los comedores
y juntos nos sentamos.
¿Quién eras tú que por primera vez
me salías al paso?
Nunca te había visto.
Las playas y las calles y los campos
te sabían. Yo, no.
¿Quién era yo? También
desconocido. Hablamos.
Tú debiste decirme tu nombre,
y yo te dije el mío. Nos mirábamos.
De miradas, ya que no de palabras,
debimos a empezar a enamorarnos.
Te quiero desde entonces...
Año mil novecientos treinta y cuatro
de la era cristiana.
El veintitrés de mayo.
Hotel Minza. Las cinco de la tarde.
Yo, de azul. Tú, de blanco.
Las cinco de la tarde.
En las manos de moros y cristianos,
el cielo nos traía
una gloria de pífanos y nardos.
¡Qué dolorida de alegría
mi mano se tendió para tu mano!
Como una golondrina extraviada,
siempre sin nido, siempre sin un árbol
para el reposo de la espera larga,
cerré los ojos y sentí tus brazos
venir a mí meciéndome los sueños
nazarenos, proféticos, mosaicos.
Estaba desde siglos
nuestro sino trazado.
Y tu Patria ¡tan lejos! en la niebla,
y la mía ¡tan cerca! en el sol cálido,
y mi reino perdido
y tu imperio ganado,
desde entonces,
tuvieron un sólo escudo
y un sólo clima para ti inventados.
Y tu corazón judío
y mi corazón cristiano,
desde entonces,
fueron un sólo corazón
para un mismo amor intacto.
Desde entonces,
¡ay, qué pena de los dos,
tan próximos, tan lejanos...!
Desde entonces,
¡qué de lágrimas sin sueño
y que de sueños con llanto!
Desde entonces,
los nardos que cuidó tu sinagoga
cuentas son -¡ay, amor!- de mi rosario...
...........................................
De lo alto del Marshan
bajaban los carromatos
de la boda, oliendo a rosas
del Tiberíades y a nardos
de Jericó y a jacintos
del Sinaí. Los topacios
de mis ojos. Los carbones
de los tuyos. Un milagro.
Amor. Amor. Amor. Amor. Amor.
Bienvenido regazo.
Desde entonces,
tus pechos, para mí, como palomas;
como ciruelas, para ti, mis labios...
Desde entonces.
Te quiero desde entonces. Y tú a mí.
¡Qué veintitrés de mayo...!
Carta VI
Desde Tánger
Tú lo ignorabas, alma mía.
Noche del dieciséis al diecisiete.
Yo lo sabía y te buscaba.
Necesitaba verte.
En esta noche agonizó Chopin.
Se fue y contigo vuelve,
cada vez que el teclado de tu sangre
me canta la tristeza de no verme.
¡Adiós las carreteras
y las rutas del mar, ya para siempre...!
¡Adiós a todo! ¡Adiós! Todo es mentira
menos el que me quieras y el quererte.
Y aquí estoy. Para ti.
Nadie lo sabe. Nadie se lo cree.
El campo está desnudo,
como nosotros, como el mar. Se siente
la esquila del ganado
rumiando hierbabuena por el césped.
Todo Marruecos es para mi amor
cuna de amor donde tu amor se mece...
.....................................
¡Te quiero! Así. Los dos sobre la tierra,
sobre la tierra madre, dura y fuerte.
¡Qué gloria, desnudarte poco a poco,
en el nocturno mágico del miércoles,
sobre esta anchura del paisaje abierto
donde jabatos y pastores duermen...!
¡Boda de los chacales en la noche
del dieciséis al diecisiete!
En esta noche se murió Chopin
y en esta noche con tus besos vuelve,
resucitando pianos
desde el Sena lejano hasta tus sienes,
donde pulsa mi amor el si bemol
de tu cariño ardiente.
Y me dicen tus labios
con un susurro leve...
“Nunca en mi vida vi tantas estrellas...”.
Y es que los ojos del amor encienden
cielos desconocidos que jamás
volverán a encenderse.
La gloria de querernos multiplica
los astros relucientes.
¡Te quiero! Así. Los dos sobre la tierra,
sobre la tierra madre, dura y fuerte...
Tus manos en mi piel son como rosas
nacidas de repente.
Médulas y palabras bajo el cielo,
triunfantes, se entrelazan y estremecen.
¡Adiós a todo! ¡Ya! Los aviones
de nuestro gozo inolvidable ascienden.
¡Adiós a todo! ¡Adiós! Todo es mentira
menos el que me quieras y el quererte.
Quien hable del perfume de las flores
y del arpegio de los pianos, miente.
Sólo vale la pena
tener los ojos frente a ti... ¡TENERTE...!
Carta I
Desde Tánger
Carta IV
Desde Londres (Windsor)
Cuando ella dijo aquello -era en diciembre-,
por un minuto
vino, mayo de amor, la primavera
y hubo rosas de té en los labios míos
la noche de la noche, nochebuena.
Cuando ella dijo aquello, en ese instante,
al sol se le murieron seis planetas
y unos trozos de arcángel olvidados
bajaron
a perfumarme la conciencia...
Muerte y vida, cogidas de la mano,
emprendieron la misma carretera.
El caos tuvo música.
Los pájaros pulsaron las mareas
y adelantaron la salida de la luna
fingiendo un sueño profundo desde los cables de la luz eléctrica
equivocando a los visires de Tetuán
y a los rabinos de la Judea.
Por una vez,
se rezó antes de hora y al unísono el Ángelus
en Europa y en América.
Se me olvidó mi propio nombre.
España, ya, ¿quién sabe lo que era...?
Cuando ella dijo aquello,
se detuvieron todos los relojes,
y se izaron todas las banderas,
y abrieron los ojos los ciegos incurables más antiguos,
y todas las mujeres estériles tuvieron descendencia.
Cuando ella dijo aquello -voz de amor, a las diez de la noche-
-felicidad, eternidad, belleza-
¡por primera vez fue de día al mismo tiempo
en los dos hemisferios de la tierra...!
Artemisia Gentileschi (Roma, Italia,1593-Nápoles, Italia,1654), María Magdalena en éxtasis (entre 1620-25), Galería Nacional de Londres, Gran Bretaña.
Carta X
Desde alta mar (Al regreso)
Rueda el aire por las dulces
islas de mi desespero.
La flor de las tempestades
se me deshace en los dedos.
A gritos le pide el mar
kirieleisones al viento.
Fuera de mi corazón,
a merced de tus deseos,
a la deriva, navegan
los latidos de mi sueño.
Mis ojos buscan
la luz de tus ojos negros.
Lejos de la playa tuya,
pirata por un mar muerto,
izando voy las banderas
olímpicas de tus besos...
Perdí -Dios sabe por qué-
mi traje de marinero.
Perdí -Dios sabe con quién-
la brújula de mis versos.
¡Estoy en el grado seis,
a la izquierda del Estrecho...!
Rota la telegrafía
sin hilos de tu recuerdo,
voy a tientas por la mar
tormentosa del invierno...
Con el timón de mi sangre
contra tu vida deshecho,
me parecen imposibles
Andalucía y Marruecos...
Ya siempre será diciembre
para el rosal de mis nervios.
Mis velas, rumbo a la nada,
se despliegan para el cielo,
alejándome de ti
por un mar de crisantemos.
Soy de llanto. Soy de angustia.
Soy de bruma. Soy de hielo.
¡Te quiero! ¡No me abandones!
¡Aún puedes llegar a tiempo!
Aún pueden mares de nieve
tornarse mares de fuego.
No debía de quererte,
pero... ¡te quiero!, ¡te quiero...!
¡Estoy en el grado seis
a la izquierda del Estrecho...!
.....................................
¡Tu bandera de señales!
¡Tu risa! ¡Tu voz! ¡Tus remos!
......................................
¿Sueñas conmigo? ¿Me buscas?
¿O soy yo sólo el que sueño?
......................................
(¡Rueda el aire por las dulces
islas de mi desespero...!)
* El gran poeta Rafael de León conocía y admiraba este libro (“Fragmentos de cartas jamás escritas”) de su tocayo y amigo. Como clave poética de una de sus mejores coplas, Rafael de León le tomó prestados dos versos de este poema X: “No debía de quererte, pero… ¡te quiero!, ¡te quiero…!”, que él convirtió (dentro del inmortal trío de autores“Quintero, León y Quiroga”) en el inolvidable final de su canción: “No debía de quererte, no debía de quererte, y sin embargo te quiero…”.
J. M.William Turner (Londres, Gran Bretaña, 1751 - 1851), El último viaje del «Temerario» (1839), Galería Nacional de Londres.
**La siguiente crítica del profesor Entrambasaguas precede a la edición posterior de las “Cartas…” como segunda parte de “Penumbra”:
“Pero cuando, en mi concepto, se consagra definitivamente el gran poeta RAFAEL DUYOS es en FRAGMENTOS DE CARTAS JAMÁS ESCRITAS, libro dedicado con un recuerdo al centenario de Bécquer y en el que el gran poeta de las “Rimas” está siempre en cada verso, sin corporeidad formal, como una tónica afectiva.
Duyos ha escrito los poemas que integran estos FRAGMENTOS en un ritmo becqueriano, con asonancias sobrias y una gran sensualidad humana y palpitante, más vital aún que la infundida en la pluma que escribió las RIMAS.
Lo que en Bécquer es insinuación madrigalesca, se transforma en Duyos en cálida acción. Ambos poetas, situados al crear sus versos en la situación sensorial entre el arte y la vida, reaccionan conforme a su tiempo. En Bécquer el amor tiene frialdades de luna, y en Duyos, ardores de sol. El amor que mantiene el vivir becqueriano, aquí consume hasta el fin de la vida del poeta, que conserva todos los elementos asimilados en sus anteriores obras y los enriquece con nuevas y triunfales empresas estéticas.
Difícil me sería señalar, por su superioridad, en este libro de unidad y segura tónica perfecta, aquellos poemas más dignos de admiración. Apenas si me atrevo a indicar, con más preferencia de lector que con discriminación crítica, los de “¡Qué primavera en carne viva...!”, “¡Cuando ella dijo aquello...!”, “¡Tú lo ignorabas, alma mía...” , verdaderamente espléndidos.
Joaquín de Entrambasaguas
De la Universidad de Madrid, 1941.