Cabanyal
Valencia, 1932
Ignacio Pinazo Camarlench (Valencia, 1849 – Godella, 1916), Barca en la playa del Cabañal, Valencia (1880, Museo del Prado, Madrid).
OBERTURA
Conserva la línea del alma
y la del cuerpo
y la de la palabra
y la del verso
y la de la mirada
y la del gesto.
Conserva la línea; que no
sepan que estás sufriendo.
AMOR
Quiero saber ser hombre en ti, sentir la plena
luna de mi cariño en tu mirada
y en mis manos tener la trastornada
viva pasión por ti en tu luz morena.
Para el jazmín sin luto de mi pena
que me ciñe tu aroma en la ensenada
de este mar de los dos, la perfumada
huella de tu desnudo por la arena.
Hablarte de mi Abril y de las cosas
de la playa en el sol del mediodía.
Sentir tu voz azul y la voz mía
temblando en un lirial de mariposas
y, hechas carne de amor todas tus rosas,
¡hundirme en ti de cara a la bahía...!
Pedro Sánchez García-Esteban, Pedro de Valencia,
Valencia, 1902 - 1971), Sin título (Pareja, 1935).
AMOR A ORILLAS DEL ÁLGEBRA
Para Gerardo Diego.
Centro. Pura Geometría
y alma isósceles en torno.
Por la bisectriz del cuerpo,
sendero de casto gozo.
Mi novia sabe sumar.
Sus manos se multiplican.
Toda la raíz cuadrada
de su amor en las pupilas.
Virgen mía, sembradora
por huertos de dividendos.
La ecuación de las estrellas
se le enturbia con mis besos.
Así la soñaba yo
de inmutable y pensadora.
Los números de su risa
florecidos en mi boca.
Uno, dos y tres y cuatro.
Mi cariño... ¡en la parábola
de los caminos del sol
donde ella tiene su casa...!
YO NO SÉ DÓNDE ESTÁ...
Para María Teresa y Marisa Pinazo
Yo no sé dónde está la luz que ronda
que ronda esta bandera,
mástil para mi paz, paz de otro mundo
que nadie sabe ni sospecha.
Estoy siempre en mi sitio,
sin vivir, sin morirme, siempre alerta,
siempre faro de playa en la ignorada
dulzor de tu tormenta.
Yo no sé si es un viernes o un domingo
cuando te tengo, Amor, que ver de cerca.
Sé que será de noche,
que habrá una primavera
de clavel en tu boca de azufaifa
y en mi boca de menta.
Sé que del remo vivo
de tu piragua, fácil a las velas,
vendrá hasta mí la gloria salpicando
de luna mi cabeza.
Nadie. Solos tú y yo.
Y la mar y la tierra.
¡Tierra y mar y tú y yo
bajo la misma estrella...!
GENARO LAHUERTA
y RAFAEL DUYOS
Sobre una huerta viva de claveles
los dos, tú y yo, vestidos de luceros,
soñando los paisajes marineros
desvelados de remos y laureles.
A mástiles de espuma cien cordeles
nos sujetan el sol por los senderos.
Por la playa, sin aire, los veleros
esperan el fervor de tus pinceles.
Pescadores de besos concluidos,
iremos por levantes encendidos
despertando de amor todas las cosas,
y en un cielo de versos y pinturas,
con las abiertas manos calurosas
¡robaremos la luz de las alturas...!
MEDIODÍA DE ADIÓS
Para Enrique de Juan, poeta
Yo no sé qué clavel olvidado,
qué lirio inolvidable,
qué inventada azucena
me traspasa de luz con tu perfume.
Yo ya no sé si el hombre -cualquier hombre-
conoce los secretos de tus manos
arrancadas del sauce dedo a dedo.
Tan sólo yo, concreto, definido,
conozco a ciegas la verdor
y el cansancio de júbilo
de ese árbol piel tuya, sangre tuya.
Miro tu boca madurada
de jilgueros y sándalo.
Miro tus hombros, y en tus hombros veo
-Praxíteles sin mármol por las playas-
toda la ojiva breve de tu pulso
deshecha en antebrazos por mi vida.
Vienes a mí y te vas
desconcertada, mínima, difusa,
sin medir tu sonrisa,
sin saber de qué estrellas guardo yo
la luz para tu frente.
Columpio de la luna en los naranjos
por el atril
recién nacido de mis sienes.
Está tu corazón
y su velocidad
tan cerca ya del corazón que llevo
prisionero en mi angustia
que ya no sé, mujer, en qué latido
debo auscultar mi sueño.
¡Ay. ay, tu voz, tu voz tan viva y alta!
¡Ay, ay, tu voz azul de crucifijo y media luna!
Estás siempre en mi verso
y mi verso en tu boca.
Tu teléfono rueda por el mío
mudamente un deseo de llamadas.
Cinco números. Yo
te descuelgo el suspiro
y tú, ya sin perfil,
me desnudas secretos
que de siempre
lloraban
subterráneos y ciegos por tus ojos.
Yo no sé qué clavel olvidado,
qué lirio inolvidable,
qué inventada azucena
me traspasa de luz con tu perfume.
TU NOMBRE...
Para Andrés Ochando.
Se ha perdido tu nombre
por horizontes cálidos, de plata.
Ninguna perspectiva
me recuerda tu alma:
ni el añil de los cielos
ni el pardo sin final de la explanada
ni la flor del camino
ni el sollozo del agua.
El jardín moribundo,
la casa solitaria,
los alientos caídos,
las ideas truncadas...
Se ha perdido tu nombre por la senda
de las nubes más altas.
Los oboes del viento, los que dicen
todas las brisas férvidas del mapa,
te bautizaron, fría, en el estanque,
de las lluvias sin patria,
desnuda de cariños
bajo el beso larguísimo del agua
Todo sin ti, por ti, en la lejanía
de las leguas soñadas...
Mariposa perdida por los trenes
en el ensueño firme de tus alas.
Hay túneles abiertos a rubores
que, porque nunca llegan, nunca pasan.
Por los arroyos blancos de mi vida
tu nieve se desangra.
Se ha perdido tu nombre y no descanso
desde que ya no sé cómo te llamas.
ME DIJO: ¡ME VOY AL RÍO...!
Para Conchita Power
Bajo el sol del mediodía
me dijo: Me voy al río
para soñar en el agua
sin deseo y sin vestidos...
Le dije: No te desnudes
de prisa porque me han dicho
que el frío te hace el amor
a espaldas de tus amigos.
Se rió y huyó corriendo,
dejando un hueco silbido
de aire frío,
sembrando las huellas ágiles
de sus pies niños.
-¡Me voy al río, a matar
la brasa de tu delirio...!
Camino del mar, el agua
se llevará mis sentidos...
Se fue, casi avergonzada
de mí, de habérmelo dicho.
Por el perfil de la senda
huía su cuerpo vivo.
Ya de noche, para mí,
sin estrellas ni caminos,
hizo juegos malabares
con mis deseos dormidos...
Por el perfil de la senda
huía su cuerpo vivo.
Ya de noche, para mí,
sin estrellas ni caminos,
hizo juegos malabares
con mis deseos dormidos...
-¡Me voy al río, me voy!
-¡te quiero!-. ¡Me voy al río
para soñar por el agua
todo lo que tú me has dicho...!
Pedro Sánchez García-Esteban, Pedro de Valencia, En el baño (1930).
Mercado del Cabanyal, Valencia (fotógrafo desconocido).
Robert Frank (1924, Zurich, Suiza -2019, Inverness, Canadá), El Cabanyal (1952).
Desde tus calles, amigo,
desde tus calles lo veo.
Por todas las azoteas
a ojos cerrados lo siento.
Allí está. Nadie lo roba.
Donde lo dejo se queda.
Sólo de color lo cambian
los rumbos de las estrellas.
El aire que en él va y viene
se lo ha contado a mi sangre:
manos de mujer le dictan
la muerte del oleaje.
Voces de novia perdida
y jamás recuperada
de él a mí vienen sin eco
por el perfil de las playas.
¡Es mío! ¡Toda su espuma
me está de gloria curtiendo!
¡Desde tus calles, amigo,
desde tus calles lo veo...!
DESDE TUS CALLES…
EL CRISTO DEL GRAO
El Cristo lo trajo el mar
dormido en una escalera,
dormido y crucificado.
¡Se lo quitaron al mar!
Subidos por las espumas,
los marineros más tensos
lo quisieron desclavar...
Y no pudieron... ¡Señor!
El alga viva tampoco
pudo el secreto decir.
Crucificado venía
y crucificado está...
El mar lo trajo. ¡Ponedlo
cara al mar, cara a la mar...!
¡Que pueda mirar el agua
y noche y día sentir
la letanía del yodo,
de la espuma y de la sal.
Genaro Lahuerta, El milagro del Cristo del Grao (1930).
Nazareno timonel,
remando su propia muerte
por los peldaños en cruz
de su sonrisa sin gozo...
¡Alegría de Su Sangre
pregonada por el mar...!
¡Acudid, hijos del mar,
a beber la espuma clara!
Sueña el caballo de copas
con la boya colorada...
¡Que se marchen tus remeros,
que ya tengo por ganadas
con oros y bastos míos
las cárceles de mis anclas...!
¡Por el perfil de la mar,
por las redes más peinadas,
me estoy jugando mis barcos
con tus barcos, cara a cara...!
Partida que yo te gano,
¡partida que tú me ganas!
Las calles de la bahía,
secas por ti de nostalgia.
Geometría de los techos
por el sol de las ventanas.
Hoy está toda la arena
caliente de amor de playa.
¡Que nadie ponga los pies
por el borde de las barcas,
que hoy están los oleajes
trabajando la mortaja
de la rosa de los vientos
asesinada en el agua...!
En la tarde del domingo,
el silencio de las casas
se enciende de yodo y sal
sobre la marisma blanca.
Toda la quietud del cielo
rezuma brújulas altas
y los puntos cardinales
juegan de amor la baraja.
Por el mástil más crecido
brinda el caballo de espadas.
CARTAS DE LA BARAJA EN LIBERTAD
Para Genaro Lahuerta, por un lienzo suyo,
vivo de regustos marítimos.
Genaro Lahuerta, Naipes en libertad (1930).
MADRE
Evocando el momento de su muerte
Ferrocarriles y aviones rompen
hélices y calderas
por rieles y vientos
que te vieron pasar
sin un adónde decidido.
Yo, desnudo de llanto,
te esperaré, te espero,
sin timón, sin medida,
rotos ya los relojes
de tu resurrección sin día fijo.
Yo pienso siempre, madre,
pienso y sueño a la vez -corazón y cerebro-
que he de verte algún día bajar a los andenes
de esa estación de tránsito que me cruza la vida.
Tan largo era el viaje de tu sonrisa muda,
tan largo y ancho y hondo,
que del músculo alerta de su freno sin vida
no pude nunca ni podré
rezar la cifra exacta.
Sentado en la baranda de tus ojos cerrados,
miro las luces últimas de tu pulso perdido.
Faros inacabables de triciclos de hielo
derrumban sus auroras veloces por tu senda.
Yo quisiera saber -¡sangre mía difunta!-
en qué constelaciones amaró tu reposo,
qué océanos de estrellas han cerrado el aliento
de tus adioses mudos.
Madre. Madre. Tú. Madre...
Lágrimas de tu nombre me despiertan las venas.
Mira cómo se encienden, mira cómo se apagan
los ritmos de mis párpados que te buscan sin sueño.
Aurelia Navarro Moreno (Granada, 1882 -1968), Autorretrato..
Sofía Giorgeta Chiner,
Valencia 1884- Madrid 1928
MARÍA VENECIA
Girasol de los mares, yo te quiero
navegando en el aire de mi boca
y náufrago sin mástil por la roca
de mi brazo caliente de remero.
De tus instintos, yo, buen carcelero,
lo que tu mano en mis perfiles toca
lo resucito en astros como loca
caricia derrumbada de un lucero.
Desmayos de mis barcas pescadoras
te ahuyentan de las playas que tú lloras
porque fueron tan tuyas como mías,
y en un delirio de cometas y opios,
olvidado de ti en mis alegrías,
enciendo los más altos telescopios.
FRISO PARA EL PANTEÓN DE SCHUBERT
Para Pilar Cavero
Ricardo Wagner, dormido,
Mozart, velando su sueño
y Albéniz -¡Andalucía!-
regando unos crisantemos.
Scarlatti se pasea
con un abanico negro,
dando finamente el aire
por el teclar de su ensueño.
Rimski canta, Borodín
le toma el pulso a un arpegio
y la nieve del nocturno
se le estremece en los dedos.
Santa Cecilia, en el arpa,
diciendo los claros versos
de Chopin, mientras Granados
se ahoga en el mar inmenso.
Debussy salta a la comba
la Valse de Ravel riendo;
la alegría de los dos
estalla en los violoncelos.
Beethoven le cuenta a Halffter
un rosario de secretos
y el Mediterráneo llora
bajo sus tímpanos muertos.
La vida se circuliza
-piedra en lago, risa en duelo-;
sobre un huerto de pentágramas
se baila Falla un bolero.
JUAN GIL-ALBERT
Jacinto Mayor en la última
Primavera de las Letras.
Por ti quebrada fue Juan de las mieles
la dulce dalia que al amor convida.
De empalagos de sol, la luz perdida
resucitó temblando en tus laureles.
De eucalipto y azúcar los rieles
silban trenes de gloria por tu vida
sobre el jardín florido en bienvenida
por donde tú en ti mismo soñar sueles.
Yo quisiera asomarme a la laguna
donde una madrugada tú y la luna
hundisteis los desnudos más azules.
Mirarte a ti tendido entre topacios
y escotado de lirios y abedules
¡la esmeralda cruzar de los espacios...!
Sor Eulalia sabía
muchos versos del mundo
y decía también que Dios era
tres hechos en uno.
La luna era un cometa que en la Pascua
se le escapó a mi primo.
Los bucles de mi amigo de pupitre
tenían muchos rizos.
Yo creía que Göethe
era como mi padre, capitán.
Margarita es el nombre de una niña
que a veces viene a casa a merendar.
Y Fausto es un señor
con un laboratorio.
En Alemania todos son morenos
y no juegan al corro.
Sor Eulalia sabía
muchos versos del mundo
y decía también que Dios era
tres hechos en uno.
MIS CINCO AÑOS
Para Rafael Alberti
Laura Albéniz Jordana (Barcelona, 1890 - 1944), Muy (1927).
Enrique Climent (Valencia, 1897- Ciudad de México, 1980), Retrato de Juan Gil Albert (1940).
Este es aquel poema
que se quedó olvidado -ya de noche-
bajo los sauces conmovidos
de mi jardín mil setecientos quince.
Cerrad los ojos. No miréis
ni a la luna de Junio
que acaba de parir el mar de Grecia,
blanca, niña, sutil, muy bien bañada.
Estamos ya perdidos.
La oscuridad escoge sin saberlo
la voz de los más altos ruiseñores
y la prende en el pico
de siete golondrinas africanas.
Por una mirada, nadie, nadie, nadie
deja perder un mundo.
Por un beso, cualquiera sabe ya
lo que puede ofrecerse.
No sé si lo sabréis,
pero a la madreselva tan tupida
que vistió las murallas más morenas
y colgó el jazmín más enlunado
nadie quiso regarla.
Falleció entre mis brazos imposibles
y, verde aún,
viva de unos perfumes milenarios,
la sepulté en la playa.
Bien muerta está, escalando por la arena
la rosa difunta
y el desnudo ágil.
Tenemos nuestros ojos bien abiertos
para la inmensidad de los colores.
Late una estrella lejos de nosotros,
pero su corazón va tan adentro
del corazón que rige nuestra sangre,
que el cielo y yo bebemos palpitando
igual vena de luz
para la sed sin límites del verso.
El mundo está partido en treinta gajos
de limón y naranja.
¿Quién se quiere beber la torre entera
de nuestra catedral viva de incienso...?
La veleta está fija,
como el agua bendita, como el cirio,
como el cuadro del Greco,
como la adolescente genuflexa
que le pide al de Padua un novio lleno
de floraciones bien soñadas.
Todo rueda glacial, inconmovible
dentro del aleteo de las órbitas.
Petrificados van por el azul
la nube, la mujer y el hidroplano.
Valencia, frente al mar, hora tras hora,
se olvida de las playas y los remos.
Un marinero y su tabaco
no tienen precio al mediodía.
Tan sólo se cotiza por el puerto
la adolescencia viva de sorpresas
de las langostas saguntinas.
Las anclas de unos ojos
saben que yo, flotando por la espuma,
recito los sonetos más exactos
sin hundirme en el agua.
Sólo yo, sano y salvo, puedo decir el sueño,
el sueño más difícil,
sin alterar mi sangre.
Por algo tengo dentro de las venas
-me la bebí a los cuatro años-
la sabia de unos tilos que plantara
un veneciano, bisabuelo mío.
AMOR
Si miráis mis pupilas
y fuera y dentro de ellas,
sólo veréis el mar y ya es bastante,
porque en el mar, ahogados, bien ahogados,
tengo yo los deseos más antiguos.
No hay vela, red ni quilla
que no sepan mi nombre.
Yo soy azul y verde y gris y negro y plata
como el Mediterráneo. Así. Con él.
Las auroras más blancas
conocen mi desvelo por la orilla,
perfumada de voz de una mujer.
Ella se fue una noche,
y una noche también -y junto al mar-
supe que no, que no, no volvería.
Fueron siempre mis hombros
para sus bucles y su cuello
-cabeza viva de mujer-
reclinatorios
donde la playa de mi insomnio
lloraba por la espuma de su frente.
Yo sólo sé deciros
que ya no sé llorar.
Que la ciudad enciende sus esquinas
cuando escucha mis pasos
y parece que está deshabitada
para las alegrías de mis ojos.
Me he quemado los párpados
y tengo en carne viva los recuerdos
y, más aún, los álgidos futuros
de esa mujer desvanecida
que ha pasado la mar.
Yo creo, así lo espero,
aunque me duelan los pulmones
-sin aire, sin flexura-
que si de aquí a tres días
no se me resucita ese regreso
de las manos soñadas,
ya no podré dormir.
Me veréis día y noche,
bajo la lluvia,
bajo la estrella,
bajo la nube soleada,
mirar, mirar, mirar ya sin descanso
un horizonte de imposibles
que nunca quebrará el palo trinquete
del barco robador.
Preparaos a saberme
loco y, como el Bautista,
comiendo los mariscos más yodados
y bautizando el rosal de más espinas.
Mis dedos punzarán.
No olvidéis que estaré siempre despierto.
Nunca más os daré las buenas noches.
O bien muerto o bien vivo.
Muerto o vivo.
Amor. Amor. Amor. Amor. Amor.